La presidenta de Perú, Dina Boluarte, se ubica en el último puesto del ranking de aprobación entre los mandatarios sudamericanos. Así lo dio a conocer una reciente encuesta regional elaborada por CB Consultora Opinión Pública, una firma argentina que evaluó durante mayo de 2025 la percepción ciudadana sobre diez líderes del continente. Con apenas un 19,8 % de aprobación, Boluarte no solo ocupa la última posición, sino que registra además la mayor caída mensual, perdiendo 5,1 puntos porcentuales respecto al sondeo anterior. Su nivel de rechazo incluso la sitúa por debajo de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, quien cuenta con un 29,1 %, y de Luis Arce, de Bolivia, con un 25,5 %.
Este resultado representa un nuevo revés para la administración de Boluarte, en un contexto político nacional caracterizado por constantes cuestionamientos, protestas esporádicas, crisis ministeriales y escándalos que han deteriorado su legitimidad tanto a nivel interno como en el ámbito internacional.
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Milei, Noboa y Orsi: el contrapunto en Sudamérica
Mientras la presidenta peruana enfrenta un severo desgaste en su imagen, otros líderes de la región evidencian una tendencia contraria. El presidente de Ecuador, Daniel Noboa, lidera el ranking con un 52,1 % de aprobación, seguido por Javier Milei de Argentina con 49 %, y Yamandú Orsi de Uruguay con 48,8 %. Este grupo de mandatarios —con perfiles políticos e ideológicos distintos— ha logrado sostener o mejorar su vínculo con la ciudadanía, a pesar de entornos marcados por desafíos económicos y alta fragmentación política. Noboa ha consolidado su liderazgo como figura joven ante problemas de seguridad y gobernabilidad; Milei, por su parte, ha capitalizado su estilo confrontacional y mejorado su imagen en mayo, y Orsi, recién asumido en el cargo, mantiene una aceptación favorable en medio del recambio político uruguayo.
En una posición intermedia se encuentra Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil, con una aprobación cercana al 47 %, aunque fuera de los tres primeros lugares.
Perú y los números del descontento
El estudio, realizado entre el 19 y el 22 de mayo de 2025, confirmó que la gestión de Boluarte no solo es la peor valorada en Sudamérica, sino también la que sufrió la caída más pronunciada en el último mes. La encuesta —que cuenta con un margen de error estimado entre 2 % y 3 % por país y un nivel de confianza del 95 %— se basó en una muestra de 12.512 personas mayores de 18 años, residentes en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.
El sondeo se llevó a cabo mediante la metodología CAWI (encuestas online), con muestras representativas de cada país, estratificadas por género, edad, nivel socioeconómico y ubicación geográfica. Estos parámetros refuerzan la solidez estadística del informe y permiten hacer comparaciones entre países.
En el caso de Perú, Dina Boluarte ha enfrentado un desgaste continuo desde que asumió la presidencia en diciembre de 2022, tras la destitución de Pedro Castillo. Desde entonces, su administración ha lidiado con reiteradas crisis políticas, dimisiones en su gabinete, cuestionadas respuestas ante las protestas sociales y recientes investigaciones por presuntos actos de corrupción que salpican a su entorno cercano.
La aprobación presidencial como termómetro político
Si bien la popularidad presidencial no siempre guarda relación directa con los indicadores económicos o legislativos, sí funciona como un termómetro del respaldo institucional en regímenes democráticos. En este sentido, el desplome de Boluarte en esta medición puede interpretarse como una muestra de fragilidad institucional y una alerta sobre el deterioro en la relación entre ciudadanía y gobierno en Perú.
En contraste, el caso de Javier Milei en Argentina ofrece una perspectiva distinta: pese a las polémicas que despierta su estilo de gobierno, fue el presidente que más incrementó su imagen positiva durante mayo, con un alza de 2,7 puntos.
Esta dinámica evidencia que la percepción pública hacia los mandatarios no responde a un único patrón, sino que depende de factores diversos como el manejo del discurso, la percepción de liderazgo, la eficacia en la gestión y, sobre todo, la capacidad de establecer un vínculo simbólico o emocional con la población.
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