Por : Leopoldo Villacorta Icochea, docente principal FAU-UNP
Según Mitchal Rajchl, doctor en geología, investigador de los sistemas fluviales en el norte del Perú, el hecho de estar situada en gran medida la ciudad de Piura, sobre la llanura de inundación del río del mismo nombre, caracterizada por una predisposición natural al desbordamiento de agua, durante las crecidas; nos ha colocado a sus habitantes, desde el 4to. asentamiento dispuesto por la administración de la conquista, en una condición de vulnerabilidad para el caso de nuestras viviendas, y para toda infraestructura urbana en general.
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Nuestros habitantes ancestrales jamás se asentaron cerca de las riberas del río por dos razones, una por lo indicado anteriormente y otra, porque justamente eran las áreas más ricas para sus cultivos, por los humus que producían dichos desbordes.
Sumado a ello, la existencia de depresiones en el relieve de la ciudad, sin drenajes, se convierten en enormes zonas inundables pluviales, que inciden también sobre la afectación de nuestras edificaciones.
De lo anterior, podemos mencionar casos “históricos”, como la plaza Tres Culturas, en el corazón de nuestro Centro Histórico, las urbanizaciones El Chilcal e Ignacio Merino, en el centro de la urbe; así como también el asentamiento humano Los Polvorines, que jamás debieron autorizarse, pero ahí están, inundándose de manera permanente, como mostrando a propósito donde no debe construirse nada.
A esto debemos sumar una larga lista de nuevos lugares, hoy llamadas “cuencas ciegas”, que extraoficialmente sumarían más de cien. Ahí aparecen El Golf, Los Rosales, Cinco esquinas, AVIFAP, etc., incluyendo nuevas habilitaciones urbanas de responsabilidad compartida entre profesionales, autoridades municipales e inmobiliarias mercantilistas.
Todo esto nos conlleva a reflexionar, que no solo no hemos aprendido casi nada de las experiencias iniciales para mitigar nuestra vulnerabilidad, sino que estamos generando casi un “suicidio urbano” colectivo.
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A todo esto, habría que agregar que la incidencia de la mano del ser humano sobre nuestra ciudad, ha potenciado aún más dicha vulnerabilidad, puesto que con la construcción de algunas edificaciones ha aumentado el riesgo, en lugar de mitigarlo.
Uno de estos hechos emblemáticos y representativos es la construcción del “cuarto puente”, en una longitud recortada según la propuesta original, produciendo el estrangulamiento de la sección del río en dicho sector, con las consecuencias del efecto rebote, que originan mayor inundación.
Desde hace 25 años se ha recomendado construir dicho puente con sus medidas originales, expropiando las áreas laterales que se rellenaron, y que estrangulan dicho río, pero que hasta la fecha ninguna autoridad ha asumido dicha responsabilidad en beneficio de la comunidad.
Y con relación a materiales utilizados, sobre todo en las calles de nuestra ciudad, como es el asfalto o el vaciado de concreto, lo único que estamos generando, es la impermeabilización de la superficie, no permitiendo la infiltración natural, al subsuelo. Con lo cual se generan potentes escorrentías superficiales de agua pluvial sobre el suelo urbano, produciéndose una vez más, enormes espejos de agua sin evacuación a ningún lado, afectando directamente nuestro desplazamiento cotidiano, y por supuesto cualquier obra edificatoria existente.
Es indudable que la presencia de agua en las edificaciones, produce lesiones, y ocasiona a veces, daños irreversibles, puesto que no existe material en la naturaleza que resista a la capacidad erosiva del agua.
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El agua afecta a cimentaciones, muros, cubiertas y demás elementos estructurales. La eflorescencia, la corrosión, la putrefacción, entre otros, suponen efectos degenerativos en nuestras edificaciones.
Con esto, es obvio que nuestra propiedad inmueble ha perdido valor, y con ello, el esfuerzo de muchos años de trabajo; pero además nos estamos corriendo el peligro de ser sepultados por este mismo bien.
Este es el momento de empezar a ejecutar obras de drenaje en la ciudad, con la visión del largo plazo, con materiales y técnicas del siglo XXI. Construyamos ciudades “esponja”, con tanques subterráneos para tormentas, canalizaciones integrales, que nos permita reutilizar las aguas de lluvias para la forestación urbana. Construyamos obras de prevención, que es la única manera de que estos hechos se conviertan en desastres.
En paralelo, iniciar la gestión para la construcción de las obras de ingeniería de reservorios aguas arriba de nuestro río, reforestación en toda la cuenca y salida al mar correspondiente.
En caso no pasemos la prueba de El Niño que se nos vendría para fines del presente año, ya sería hora de pensar seriamente en el quinto traslado de Piura, para construir una nueva ciudad planificada, para las nuevas generaciones, pospandemia, adecuándose al inexorable cambio climático.