La delincuencia -que sabe bien de la pasividad de las autoridades y las carencias inquietantes de la Policía-, se ha vuelto implacable, descarada e imparable. Con igual violencia y desparpajo asaltan hoy a un menor de edad que a una madre de familia, joven o empresario para quitarles sus celulares o pertenencias; y en el colmo de su atrevimiento, al menor indicio de resistencia, oprimen el gatillo sin remordimiento alguno por la vida.
Los asaltos son el pan de cada día en cualquier barrio. Los asaltantes que usan motos y cascos como herramientas de camuflaje e impunidad, recorren confiados las calles y ya ni siquiera esperan la noche para tomar por asalto los restaurantes, extorsionar negocios o acechar a sus víctimas en los bancos y cajeros.
Es esta inseguridad la que algunas autoridades municipales y regionales en “campaña” se niegan a enfrentar y exigir una declaratoria de emergencia. Esperan que el gobierno, que hoy no puede atender ni siquiera la demanda de pasaportes, brevetes y DNI, implemente a la Policía de equipos y personal, lo malo es que cuando esto ocurra la delincuencia se habrá desbordado y muchas familias estarán llorando a más víctimas.