En una ocasión anterior, dijimos que la delincuencia tenía causas estructurales y que hacía falta una visión integral es decir, que integre tanto la legítima represión como la promoción de los valores para hacerle frente a este flagelo social. Precisamente, la que llamamos “legítima represión”, o acción policial, es una de las llantas ahuecadas del carro de la estrategia frente al crimen. Sin una adecuada acción policial, ninguna buena intención o plan se verán materializados.
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¿Qué pasa en la Policía? Los problemas del cuerpo encargado de velar por el cumplimiento de la ley y de reprimir a quienes pretendan salirse de las normas empiezan con la formación de los agentes. Recientemente, el ministro del Interior, Vicente Romero, presentó tres unidades especiales para combatir a los delincuentes.
Eran una especie de “batallones express”, conformados por jóvenes de formación policial incompleta, que seguramente saben como disparar un arma, pero con un adiestramiento ético a medio hacer, quizás con más dudas que certezas, tal vez con menos fortalezas y más debilidades. En todo caso, es un riesgo bastante peligroso si tomamos en cuenta que un número importante de agentes egresados se ven envueltos en casos de corrupción y hasta en incidentes criminales. Viejos y jóvenes, oficiales y suboficiales, con los manuales de conducta bien aprendidos, se atreven a trasgredir la ley, ¿cómo no sería esto posible con jóvenes fascinados por el poder adquirido repentinamente?
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Además, hay enormes problemas operativos que tienen que ver con lo anterior, pero también con la confusión que existe en el Estado acerca de cómo encarar la delincuencia. Con una agenda influenciada o dominada, dirán otros por planteamientos pseudoprogresistas, y una perspectiva victimista totalitaria, sucesivas gestiones han convertido al ladrón, al sicario, al “marca” y hasta al violador en víctimas de las circunstancias: víctimas de la historia, de la desigualdad, de las brechas salariales, del capitalismo, del racismo, de la inseguridad alimentaria, de la represión sexual, etc. Hay factores ciertos en todo esto, pero ello no quita que el fin supremo del Estado es proteger a la sociedad de quienes pretenden ir contra ella. La represión es, frente a la caricia que deviene en complicidad, una solución realista. La victimización, en cambio, ha debilitado a la Policía, la ha desmantelado y ha desguarecido a la sociedad.