¿Recuerda usted al famoso “especialista en obesidad” Frank Suárez, el responsable de la propagación de gran cantidad de mitos nutricionales entre las personas de mediana edad? ¿Sabía usted que el afamado “especialista” no era médico, sino administrador de empresas, y que ello podría explicar los vacíos y tergiversaciones en sus videos, que han sido denunciados hace muchos años? Las nuevas leyes chinas contra la desinformación habrían impedido su circulación en la dictadura comunista.
PUEDES LEER ► Christian Villanueva Aguilar ‘Chriss Vanger’: Conoce al tiktoker investigado por estafa millonaria a más de 160 personas
A partir de ahora, los influencers y streamers deberán acreditar estudios o certificaciones profesionales antes de poder hablar de ciertos asuntos en transmisiones en vivo o publicaciones. La decisión responde a la creciente preocupación oficial por el impacto de la desinformación en la opinión pública y en el bienestar de la población.
La regulación recae sobre los creadores de contenido que trabajan en plataformas de transmisión en directo de gigantes tecnológicos, como Tencent, Alibaba o ByteDance. Para emitir opiniones en áreas de “nivel profesional superior”, los influencers deberán presentar títulos académicos, certificados técnicos o licencias que demuestren su formación.
Esas acreditaciones deberán ser entregadas a las plataformas, que tendrán la obligación de verificarlas antes de permitir la difusión del contenido. No se exigirá certificación para todos los tipos de publicaciones, sino únicamente para aquellos que puedan influir de manera directa en decisiones relacionadas con la salud, la economía o el futuro personal de los usuarios.
La democratización como problema
Las autoridades chinas sostienen que Internet democratizó la posibilidad de opinar, pero también abrió la puerta a la expansión de mensajes falsos o tendenciosos. La medida se presenta como una estrategia para frenar la “irresponsabilidad informativa” que se ha vuelto habitual entre figuras digitales con grandes audiencias.
El Departamento de Ciberespacio de China, junto con los ministerios de Radio y Televisión y de Cultura y Turismo, indicó que la norma busca garantizar que el público reciba información basada en hechos y conocimientos verificables, y no en percepciones sin sustento.
Las nuevas reglas también se enmarcan en un control progresivo del ecosistema digital del país. El mes pasado, China prohibió que menores de 16 años vean contenido en vivo después de las 10 de la noche y restringió la posibilidad de que compren regalos virtuales para influencers.
Según el gobierno, estos cambios tienen como objetivo proteger a los sectores más vulnerables de la población del consumo excesivo de contenido en línea y reducir su exposición a mensajes potencialmente dañinos.
Para el sector tecnológico y el mercado de creadores de contenido, la medida representa un golpe a un rubro que ha crecido de manera explosiva y que genera miles de millones de dólares en ventas a través de transmisiones en vivo.
Las plataformas ahora deberán asumir un rol de supervisión activa, verificando documentos y asegurando que solo personas autorizadas hablen de determinados temas, lo que podría desincentivar a nuevos creadores y aumentar los costos operativos.
¿Censura?
Aunque el gobierno argumenta que se trata de una lucha contra la desinformación, la norma ha generado críticas por el riesgo de convertirse en un mecanismo de censura. Diversos analistas advierten que, bajo este esquema, las autoridades podrían definir de manera discrecional qué contenidos son “sensibles” y limitar opiniones incómodas para el Partido Comunista.
El debate vuelve a poner en conflicto los límites entre combatir la información falsa y restringir la libertad de expresión en un entorno donde el control del discurso público es una prioridad estratégica para Beijing.
Marcuse y la intervención
El celebérrimo filósofo alemán Herbert Marcuse, miembro connotado de la llamada Escuela de Frankfurt, proponente de la Teoría Crítica de la Comunicación, sostenía que era imposible distinguir entre el uso de los medios con fin de entretener a las masas, y el empleo de los mismos para manipular ideológicamente a su público. Ante tal situación, creía que una forma de acabar con esta situación era la toma de los medios a cargo de un gobierno revolucionario.
A pesar de las diferencias teóricas y pragmáticas entre Marcuse -y toda la Escuela de Frankfurt- y el régimen chino, el mensaje del filósofo alemán ha calado mucho en los más diversos idearios por su realismo.
En la práctica, la televisión y el internet del llamado “mundo libre” también ejerce ciertos tipos de censura soft (blanda) escondida entre los conceptos de rating y preferencia. En China, han dado un paso más adelante sincerando la necesidad de control.
Así planteadas las cosas, ¿debería la esfera occidental repudiar las acciones de China o inspirarse en ellas para rediseñar los conceptos de responsabilidad informativa?










