Resulta vergonzoso y penoso a la vez que un presidente, que representa a un país, esté involucrado en actos de corrupción, sobre todo de su entorno familiar y personal.
Es Escandaloso, además, la imagen que el Perú da en el exterior, a los inversionistas y a los socios estratégicos con los allanamientos constantes de Fiscalía al propio palacio de gobierno.
Y la culpa de todo esto no es de los medios de prensa como intentan hacer creer los abogados defensores y ayayeros de Pedro Castillo; tampoco de la derecha “achorada”. La responsabilidad de todos estos actos vergonzosos solo le compete al propio presidente al haber permitido -con pasividad o complicidad-, que su entorno familiar, sus amigos cercanos y toda suerte de pillos con título de “empresario” y pandilleros políticos gestionen, faciliten y saquen provecho de su gobierno.
Castillo quiere torcer la opinión pública mostrándose cómo víctima, pero olvida que son los hechos y las evidencias lo que lo incriminan, pues Fiscalía, jueces y Policía actúan sobre elementos de convicción y actos verificables, y todas las acusaciones, pistas y delaciones de los colaboradores eficaces lo involucran.
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