Tal parece que por Piura el Estado aflojó el control de tránsito de personas y vehicular. Los meticulosos militares que antes exigían pase peatonal o de los vehículos, se hicieron a un lado de las tranqueras y solo miran cómo se incrementa el fluido de tránsito diariamente. Algunos comercios no autorizados a abrir, como restaurantes pequeños, peluquerías y tiendas de artefactos, y muchos negocios más, ya están operativos. Esto refleja que la emergencia en Piura está en agonía y que, como establecen las encuestas, al piurano le importa más no morir de hambre que agarrar el COVID-19.
Ni siquiera las cifras de más de 6 mil fallecidos a nivel nacional y los cerca de mil en Piura, desaniman al tropel de informales, transportistas y pequeños empresarios. Lo que pocos asumen hasta ahora es que, precisamente, esa desobediencia, la informalidad y la concentración de personas son lo que han generado focos infecciosos. Y aunque el ministro de Salud diga que ya llegamos a la meseta, con este virus no se juega, porque una segunda ola de contagios podría ser fatal para todos. Habrá que aprender de los asiáticos y europeos para no caer en el mismo error.