La presentación de Pedro Castillo en la OEA dejó ayer un sabor agridulce en muchos peruanos.
Si bien se resalta el saludo de las etnias así como a los ronderos, el mensaje que debió llevar a la sede de los Estados Americanos debió ser más proactivo, con objetivos y compromisos claros de su gobierno y no un rosario de lamentos.
El presidente insiste en su discurso “lastimero”, buscando siempre culpables y reviviendo pasados de abuso, odios y olvidos, cuando no, insiste en su pose de dirigente sindical negociado un pliego de reclamos. Sus asesores deberían recordarle que ya es presidente, y que a eventos de esta naturaleza debe llevar propuestas de desarrollo y compromisos claros para los inversionistas; y no solo palabras o poses ideológicas.
Castillo –guste o no-, es el presidente y representa a más de 33 millones de peruanos, por tanto debe demostrar liderazgo, despojarse de esa actitud plañidera para ser protagonista de los cambios que los ciudadanos exigen en un momento de crisis. Lo demás es seguir presionando la herida de la discriminación histórica que solo genera conflicto y polarización, salvo que esto le convenga a sus intereses partidarios.