La presente campaña política no difiere de otras anteriores porque se repite el mismo guion de siempre: la calumnia, los improperios, la grosería y los insultos como estrategia para bajarse al que va destacando en las encuestas.
No se debate ni cuestiona planes y propuestas de gobierno, sino quién es más negativo, sucio e inmoral.
La estrategia de la negatividad se basa en buscar y rebuscar errores y defectos del candidato para ponerles un reflector potente y magnificarlos con la intención de generar rechazo. Los sucios, por el contrario, aprovechando las ventajas de las redes sociales no solo resaltan la parte negativa del aspirante, sino que van más allá; saltan a la yugular del adversario, le inventan hechos y acciones, le atribuyen delitos y defectos que nunca cometió; van en contra de la ética y la dignidad de la persona.
En ambos casos, no olvidemos, no se busca prevenir al electorado sino engañarlo. Son expertos difamadores que confunden y llevan la campaña al campo de la vulgaridad, rebajando la cultura política, pero, sobre todo, privándonos del derecho al debate sobre ideas y planes de gobierno, lo más importante para el país.