No se requiere mucho esfuerzo para sentir la desolación e incertidumbre en que hoy está el actual presidente, Manuel Merino. La alegría y la sonrisa por ser mandatario parece que se le apagaron con las protestas en el país; por la indiferencia con que lo miran los presidentes del mundo (ninguno lo ha reconocido) y por el silencio de los organismos internacionales que no se pronuncian.
Tampoco, hasta ayer, había podido conformar su gabinete. Solo convenció y juramentó al conservador Antero Flores Araoz como premier, mientras intenta hallar ministros que satisfagan a las bancadas que lo llevaron al poder. Su preocupación debe ser cómo tranquilizar y satisfacer a los vacadores que exigen desde la libertad para Antauro Humala, hasta la repartición de los fondos de pensiones, la toma del TC; la intervención de la Sunedu o la creación de nuevas universidades.
Merino, debe haber entendido ya que una banda presidencial puede darle el título de presidente; pero no le otorga legitimidad. Esta se gana en una elección abierta y democrática; no con votos negociados por 105 interesados que han sumido al país en la incertidumbre, el miedo y la anarquía.