La desesperación hoy del presidente Pedro Castillo es tal, que no solo está llamando a sus aliados políticos y gremios que le son afines a su línea ideológica para que lo defiendan en las calles, sino que se ha desatado en una lluvia de dádivas como bonos, obras, cheques, etc., cuyo fin es revertir su negativa popularidad, a costa de poner en riesgo el equilibrio fiscal.
Castillo está en una lucha constante por conseguir (‘comprar’) popularidad y aceptación ciudadana que no se mide en el gasto.
Como muestra están los más de 17 Consejos de Ministros Descentralizados en los cuales Castillo hizo más de 250 promesas populistas, sin contar el ingente gasto que significa movilizar a los ministros a las regiones, sobre todo, en las que son afines a su ideología. Sus viajes en helicóptero también cuestan.
Estas promesas populistas, sin embargo, tienen características comunes: carecen de presupuesto, no tienen estudio técnico; pero responden a una suerte de estrategia política para hacer frente a la andanada de cuestionamientos políticos por la incapacidad de Castillo para gobernar, pero más por los actos de corrupción en los que está envuelto.
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