Ninguna prohibición, menos la amenaza de la intervención de las FF.AA. o toques de queda pueden contra el ímpetu jaranero de muchos piuranos.
Ni siquiera los siquiatras pueden explicar esas ganas desenfrenadas por la juerga o la parranda aún a riesgo de que el jolgorio termine por afectar su salud y, en el peor de los casos, la de sus familiares más queridos.
Algunos sicólogos afirman que la juventud (y también los entraditos en años) tiene programado con precisión en su disco duro mental la rutina del placer; creen que su vida es solo diversión, gozo y complacencia; anteponiendo todo esto al deber, a la racionalidad, incluso, a la propia protección y supervivencia.
Todo esto se ha podido comprobar en este fin de año de parrandas interminables.
El Gobierno, temeroso de una tercera ola a causa del ómicron, cerró las playas, pero eso no impidió que las parrandas que se trasladen a los hogares, a los locales clandestinos, a los bares… el alcohol y los tumultos no faltaron. Es decir, no hay fuerza suficiente en este mundo para hacer entender del riesgo que corre la humanidad a causa de los virus mutantes de la Covid-19.
Ojalá hayan camas UCI suficientes este año…