Las cárceles, lejos de ser centros de rehabilitación y reinserción de presos, se han convertido en el Perú en centros de operaciones en donde se perfecciona el delito y se reproduce la violencia. Desde allí los cabecillas e integrantes de bandas ordenan crímenes, extorsiones y hasta los pases de droga. 

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Ecuador y Venezuela son una réplica de lo que son los penales hoy en día y Piura no está lejos de esa realidad. Desde el penal piurano salen cientos de extorsiones a nivel nacional. Los delincuentes se dan maña para ingresar chips y aparatos celulares desde donde operan todos los días y ordenan asaltos y crímenes. En las requisas  se decomisa estos equipos, pero tan pronto como las autoridades carcelarias se da la vuelta, vuelven a las andadas, pues la corrupción en los penales es tal que hasta drogas se comercializan. Los internos son lo amos y señores dentro.

El problema es que se sabe de estas debilidades carcelarias, pero el gobierno poco hace por diseñar una política pública más estricta del sistema penitenciario, mucho menos se está pensado en construir más penales debido al creciente incremento de la delincuencia. El hacinamiento contribuye a la violencia.