La manipulación de la verdad en los últimos años se ha normalizado en la política del país, a tal punto de convertirse en herramienta y estrategia de confusión, algo preocupante porque, además de ser un acto inmoral que atenta contra la democracia, confunde al ciudadano y beneficia la impunidad.
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El caso de la libertad de Alberto Fujimori y las peripecias de la fiscal de la Nación, Patricia Benavides, son solo dos hechos de muchos otros que se debaten en la esfera pública, sobre lo cual cada fuerza antagónica de nuestra política (derecha/izquierda) intenta imponer su verdad, así esta se haya maquillado de mil colores.
Hasta ahora, por ejemplo, se desconfía de la responsabilidad de la fiscal en el tráfico de influencias; se duda de la actuación de la JNJ y hasta se cuestiona la autenticidad de las pruebas contra Benavides. Igual ocurre con Fujimori. Para algunos es legal y un atributo autónomo del Gobierno; para otros, se cometió un atentando a la justicia y los acuerdos internacionales por lo cual seremos castigados.
Cierto o no, en esta guerra cada quien interpreta desde su interés político, lo que obliga a los demás ser más críticos que espectadores pasivos.
