A Martín Vizcarra parece que el santo se le puso de espalda. Ahora no solo debe responder por los casos de corrupción que se le atribuyen desde antes de su mandato como el caso Chincheros o el de Richard Swing, sino por el mayúsculo escándalo de las vacunas chinas, entregadas como donación y repartidas como en carnaval para salvarse de la COVID-19, él, su familia y allegados.
Además de la implicancia legal y el impacto en su campaña electoral que sufrirá el exmandatario, este escándalo salpica también a Francisco Sagasti, quien ya sufre la renuncia de ministros por la misma causa, y prende las luces de alerta por sí este Congreso oportunista, bajo la excusa de este irregular uso de las vacunas, intenta la interpelación como arma de guerra e incluso meter mano en el proceso electoral.
La moraleja que deja este escándalo es que la corrupción en nuestro país es tal que no se puede confiar en nadie. Aquí no hay amor al país, a los peruanos ni mucho menos en quienes ponen el pecho en la lucha contra la pandemia. Parece que la consigna de los políticos es: primero yo, segundo yo y tercero yo. ¿Y el resto? Que se los lleve la COVID-19.