203 años después del Grito Libertario, en que los piuranos dijeron basta a los abusos de los corregidores; al cobro excesivo del tributo; al mal gobierno del Virreinato y al monopolio de la Corona en el comercio de algunos productos; la unidad de los hijos de Piura sigue siendo un sueño lejano.
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Más de dos siglos después, la apuesta de nuestros antepasados -incluidos indios, mestizos y blancos-, por una Piura y un país en el que unidos logremos óptimas condiciones económicas, políticas y sociales con oportunidades para todos, está presente en las promesas demagógicas, en los discursos vacíos, pero no en la realidad.
Es más, si el propósito de la gesta libertaria fue iniciar el camino de San Miguel de Piura y de la Patria hacia el progreso material, social y espiritual de todos, estamos retrocediendo. Para el arzobispo metropolitano, José Antonio Eguren Anselmi, el país inicia el año aquejado de una profunda crisis y descomposición moral “pocas veces antes vista en nuestra historia republicana”.
Uno de los síntomas más visibles de esta crisis de valores es la corrupción, lamentablemente cada vez más practicada, oficializada y tolerada.
Es doloros que mientras las familias de 1821 y héroes como Miguel Grau se sacrificaron por heredarnos una Patria unida, donde sus hijos deberían dejar de lado las diferencias y caminar juntos hacia el desarrollo y la historia; 202 años después lo que tenemos es degradación de valores, resentimientos, acusaciones, traiciones, odios, revanchismos, y las entidades claves para mover al país han sido convertidas en callejones de pelea entre políticos empeñados en repartirse el Estado como un botín.
Los aniversarios del Grito Libertario no deben servir solo para la foto y discursos repetitivos; sino para reflexionar con seriedad sobre la urgente necesidad de que cada hijo de esta tierra, funcionarios, empresarios, ejecutivos, trabajadores, ciudadanos, se sumen a la tarea de hacer realidad el sueño que nos encargaron los piuranos libertarios.
¿Como? Dejando de lado las diferencias, siendo tolerantes con quienes piensan distinto, esforzarnos por lograr consensos en favor del bien común. Trabajar unidos por el progreso económico, político y espiritual no solo cuando llega El Niño o una nueva epidemia, sino como un valor permanente.