Vivimos la era del estrés, la era de la pesadez, de la abulia; la era en que incluso las tareas más sencillas crean heridas en las sensibles psicologías de los trabajadores. Para ellos se inventó la desconexión tecnológica, algo que los trabajadores de más edad ven como una disposición legal demasiado millennial, demasiado ligada a los traumas de esta era y demasiado condescendiente si se la compara con las penurias laborales del pasado.
En una época en que el estrés también es virtual y la mitad de la existencia trascurre frente a un ordenador, las normas laborales también se reescriben para contentar a un creciente número de trabajadores jóvenes que no soportan el peso de las obligaciones que la pandemia también ha impuesto como premisas básicas para sacar al país de la crisis. En teoría, deberíamos trabajar más, y los empleados en servicios estatales mucho más aún, pues de la articulación correcta de ambos sectores (público y privado) depende la marcha del Perú y esa tarea no permite pestañear.
No obstante, ocurre que en el sector privado el empleo se ha estancado y se requieren nuevas estrategias que no solo reempoderen a los empresarios, sino que también hagan el trabajo atractivo para devolver brío a la fuerza productiva. ¿Por qué? ¿No es el trabajo un deber? Muchos se preguntan si estos dilemas del sector privado no se trasladan también al estatal cuando vemos que aumentan las medidas que cuidan al servidor, pero no garantizan la calidad del servicio. ¿La desconexión digital no es el último síntoma de un organismo enfermo y adolorido por todos los costados? ¿No es el signo de que el paradigma laboral ha cambiado y, en vez de trabajadores, tendremos “colaboradores”, gentes que “hagan favores”, “participantes del proceso productivo” y no más asalariados en el sentido más simple y preciso de la palabra?
La pregunta es si este nuevo perfil de trabajador, que necesita que le solucionen la vida en vez de ser un proactivo proponente y un campeón de la competencia al interior de las empresas, es el que se necesita para reconstruir un país, o si debemos tocar fondo para volver al viejo trabajo consumidor de energías, virtuoso por exceso de entrega y realista en cuanto a las necesidades propias y ajenas del día a día.