Al cierre de esta edición, la ventaja del candidato oficialista argentino, Sergio Massa, sobre el libertario Javier Milei es de, aproximadamente, el 5%, lo cual habilita a ambos a pasar a la segunda vuelta. Para muchos analistas, el resultado era previsible, pues, aunque Milei llegaba como favorito a esta contienda, había al menos un par de encuestas que marcaban un resultado contrario al consenso popular de que el líder de La Libertad Avanza podía llevarse la banda presidencial en la primera ronda.
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En cierto modo, este freno al avance de Milei vino de un sector que, a pesar de su enojo comprensible con la clase política -“la casta” en el lenguaje de los libertarios gauchos-, teme pasar por traumas socioeconómicos que Argentina ya vivió. De hecho, una de las propuestas estrellas de Milei es la dolarización de la economía, cosa que ya ocurrió en 1991, en la gestión de Menem, cuando se implementó el Régimen de Convertibilidad que fue un fracaso estrepitoso que provocó el incremento de la informalidad y condujo, como triste colofón, al “Corralito” del 2001.
Los trabajadores argentinos, al parecer, prefieren votar por un programa como el de Massa, quien, políticamente, depende mucho de los aciertos y errores del Gobierno vigente, toda vez que es nada más y nada menos que el actual ministro de Economía de Alberto Fernández y uno de los responsables del pobre manejo de la inflación de 114% anual que quiebra a la Argentina. ¿Aplican los argentinos la lógica del “mejor malo conocido que bueno por conocer”?
En todo caso, Massa no tiene fácil el escenario de cara a la segunda votación de noviembre, pues su electorado no solo es el de mayor edad, sino también el más escéptico. En cambio, Milei todavía cuenta con el apoyo de jóvenes que no vivieron los años negros de Menem, De la Rúa, el brevísimo Rodríguez Saa y Duhalde, y que estarían dispuestos a quemar el país -empezando por el Banco Central- si el candidato de la excéntrica cabellera así lo pidiera.
El impacto de esta elección es continental: en nuestro país también existen células de partidos pretendidamente “liberales” o “libertarios” -ninguno reconoce para sí la etiqueta de “neoliberal”- que esperan el desenlace argentino para desatar una agresiva campaña política.