El presidente Francisco Sagasti tiene razón cuando advierte que si resolvemos la crisis moral del país, de nada servirá tener buena salud pues la corrupción tendrá peores efectos que cualquier pandemia. A puertas de cumplir 200 años de vida independiente, es necesario hacer un ejercicio reflexivo y meditar sobre nuestro rol cívico.
No se trata únicamente del mal cometido por la exministra Pilar Mazzetti o el resto de las 487 personas -incluidos médicos, candidatos, empresarios y uno que otro lobista-, quienes seguramente en breve deberán responder por este innoble proceder ante las autoridades competentes, sino de cómo hemos permitido que la corrupción alcance niveles de espanto e inhumanidad. Sería perverso pedirle a la ciudadanía que cargue sobre sus hombros con toda la culpa de lo ocurrido en los últimos días, pero es innegable que tenemos una gran responsabilidad de cara a las próximas elecciones. Como cada cinco años, tenemos la oportunidad de reescribir nuestro futuro colectivo.
La reactivación del país, como la inacabada Reconstrucción- no puede restringirse únicamente al plano económico o material. Durante años hemos experimentado un verdadero crecimiento que no se ha traducido en desarrollo ni en civismo. Éticamente, no hemos mejorado al mismo ritmo que el PBI o nuestras exportaciones. La corrupción, en cambio, se ha enquistado mucho más en el cuerpo prematuramente cansado de esta república.
Empecemos exigiendo sanciones ejemplares y tomemos decisiones políticas racionales y constructivas. No pongamos zancadillas a las acciones necesarias que este Gobierno implementa, como la vacunación, pero no dejemos pasar la corrupción; tampoco permitamos que este escándalo sea aprovechado políticamente y aboquémonos a la labor de moralizar la casa común de todos los peruanos.
El Bicentenario tiene que encontrarnos con una identidad nacional fortalecida, a pesar de las duras pruebas que atravesamos. Seamos un país en serio y dejemos de admirar la organización y transparencia de otras naciones. ¿Acaso no tenemos el potencial para despegar como gigante económico, cultural o artístico? ¿Acaso no somos herederos de un imperio que se construyó sobre el trabajo duro y una moral inquebrantable?
