Tenemos en la escena política a algunos voceados candidatos -aún no confirmados por sus partidos- y nos preguntamos por qué tenemos esa cantidad de postulantes, si corremos el riesgo de que el voto se disperse y acabemos en segundas vueltas que polarizan al país. La representatividad está en juego.

Hay mucho por trabajar en materia de cultura política y en materia electoral porque hace varios períodos no tenemos autoridades de que gocen de amplísimo consenso. Las guerras políticas se trasladan de las urnas al parlamento y las instituciones, poniendo en la cuerda floja la legitimidad de las autoridades. ¿Qué pasa cuando los candidatos se multiplican? Sucede que el voto se distribuye mal y es necesario forzar las alianzas o simpatías en un nuevo comicio que logra encumbrar presidentes, pero fracciona al país en dos antagonistas innecesarios. El divisionismo es un problema que las leyes no han podido resolver y se supone que la diversidad es una virtud democrática cuando, en realidad, pone en peligro al sistema cada cinco años.

El gran reto de nuestra época es la construcción de partidos sólidos que trasciendan los nombres; hasta hoy, los caudillos son más importantes que las ideas y esto es una perversión de la política. Sucedió en los noventa y ello condujo al país a la crisis de instituciones que sigue pasándonos factura a pesar de las dos décadas transcurridas. No obstante, ¿tenemos la voluntad de construir proyectos políticos de largo plazo? ¿Tenemos la capacidad de conducir largos procesos que puedan ser modelos de políticas de Estado que consoliden aún más la unidad nacional? ¿Por qué, a pesar del crecimiento económico de años pasados y el que se proyecta para los posteriores a la peor fase del coronavirus, no hemos construido propuestas políticas más cercanas a un país desarrollado?

El desarrollo, en efecto, es un efecto global que debería también incidir en la política, pero como las consecuencias del crecimiento aún no se traducen en un entorno desarrollado (con acceso irrestricto a los servicios básicos, con educación de primer mundo, con roles ciudadanos claros) nuestros votantes siguen apostando por mesiánicos líderes. Los idearios son cosas anticuadas, dicen los llamados “pragmáticos”. ¿Qué lección nos dejó ese pragmatismo en los noventa? La institucionalidad secuestrada por el que “roba pero hace obra”.