El ministro de Salud, Hernando Cevallos, está preocupado por el pronto retorno de los estudiantes universitarios a las aulas, y tiene razón. Son dos años de educación presencial, y aunque estudiantes y profesores hagan todo los esfuerzos para una educación de calidad, la educación virtual tiene deficiencias.
En primer lugar, los estudiantes tienen muchos distractores y mientras están frente a la pantalla se distraen, realizan actividades que nada tienen que ver con las clases: por ejemplo, conectarse a redes sociales, jugar, escuchar música, etc.
La experiencia de muchos docentes señala que algunos estudiantes se conectan, pero cuando el profesor los llama para que intervengan no están. También se da el caso, que en los hogares no hay los ambientes adecuados para los estudiantes. Ruidos, niños pequeños interrumpiendo las clases, mascotas y hasta vendedores llamando a las puertas son otros de los inconvenientes.
Desde el lado de los docentes existe la queja de que el número de estudiantes es mucho mayor al que tenían en la educación presencial, y esta ha sido una práctica de algunas universidades que tienen sedes en diferentes ciudades que, para ahorrar dinero han sobrecargado a los docentes.
En medio de este panorama, existe el reto de reintroducir a los estudiantes a las educación integral diferenciándola de la mera instrucción. La educación virtual es limitada, no hay interacción entre los estudiantes y el docente. La formación integral se escapa de las manos, y por ello el reto de las universidades es evitar la masificación para concentrarse en la persona.
Esta vuelta a las aulas es urgente, pero no solo implica comprar alcohol y medir la temperatura a los estudiantes. Impone nuevos retos, como los de ser competitivos, pero también solidarios, responsables, honestos. En definitiva aplicar la frase de Ryszard Kapuscinski que dice que las malas personas no pueden ser buenos profesionales