El Gobierno ha demostrado que no sabe resolver problemas, pero sí sabe bajarle el fuego a la hornilla. Ha conseguido con relativo éxito evitar que el paro de transporte se convierta en un movimiento incontenible.
Lo que es más sorprendente es que lo ha hecho a cambio de nada: no le ha dado nada a los sindicalistas, no ha prometido bajar el combustible, no ha acabado con la crisis en las carreteras, no ha resuelto el principal factor de encarecimiento de la canasta básica familiar. Los líderes del transporte se han ido a sus casas con las manos vacías y las cabezas gachas. Hasta el cierre de esta edición, solo un grupo a nivel nacional -en el que se incluía a una reducida facción piurana- era partidaria de continuar con la medida de lucha a pesar de que, a todas luces, ésta había fracasado.
O eso es lo que nos quieren hacer creer: resulta difícil convencerse de que el Ejecutivo ha sido capaz de burlarse de una manera tan sencilla de los transportistas que hace un mes amenazaban con cercar Palacio de Gobierno y que hasta la víspera del lunes habían hecho suyo el rugido colectivo de “Castillo, gobierna o vete”. ¿Realmente se les hizo firmar un papel en blanco, un acta espuria, o estos sindicalistas se han ido con regalos a casa defraudando a sus agremiados? No lo afirmamos, aunque no sería una primicia en la abultada historia de las luchas colectivas escrita, lamentablemente, con más traiciones que triunfos. Sorprende el precipitado desgaste de una lucha que prometía lograr que el Gobierno asuma de una vez por todas sus funciones más básicas, las mismas que ha obviado durante casi un año. ¿Habrá una segunda oportunidad? Quién sabe.
De todos modos, Pedro Castillo seguirá dando motivos a la ciudadanía para marchar y pedir un cambio: el reciente caso que involucra a su cuñada, a la hermana de la primera dama, la joven que promete obras sin ser funcionaria y, encima, vistiendo el chaleco de una empresa privada de nexos no muy transparentes con la presidencia. O quizás el helipuerto en Cajamarca, dispuesto como si Castillo fuese un monarca de ópera bufa. Quizás hoy los transportistas nos demostraron que carecen de convicción para protestar, pero el resto de la ciudadanía tiene un profundo sentido democrático que difícilmente se venderá por un plato de lentejas.
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