Si buscamos enfocarnos en las cosas buenas del 2021 que nos deja, sería imposible olvidar la vacunación: dentro del evidente e innegable mar de errores que el actual Gobierno ha tenido, el impulso a la vacunación es una excepción: el Minsa, en la gestión de Castillo, ha logrado que el 63,8% de la población peruana reciba las dos dosis requeridas. El 8,8% -o sea, 2’940 mil peruanos- ya ha recibido, hasta el 24 de diciembre, la tercera dosis, también llamada “de refuerzo”.
Es necesario que, en materia sanitaria, se proceda conforme a una política de Estado y que en los años sucesivos la estrategia pueda ser mejorada pero no abandonada. Basta ya de los caprichos quinquenales: es tiempo de que los gobiernos aprendan a mantener una línea coherente para determinados objetivos nacionales. En ese sentido, toca ver en el 2022 esta misma actitud y tesón en los asuntos concernientes a la educación peruana, pues más allá del retorno a clases presenciales o la meritocracia docente, urge una transformación que ponga los intereses del educando en primer lugar; mayor inversión en educación, moralización del Minedu, modernización curricular, exigencia profesional a los docentes y renovados criterios de evaluación para los niños.
Pero el país no solo es vacunación y voluntad -al menos- de mejora educativa: el mismo sentido de responsabilidad que se reclama para la salud y la educación debe verse en todos los demás organismos del Estado. Siendo honestos, más allá de un proceso de inmunización al que no puede desconocérsele méritos, ¿qué más ha hecho la gestión de Castillo, salvo sembrar el escenario político de dudas, de sospechas, de inacción y un largo y desalentador etcétera?
El presidente, en aras de vivificar la alicaída gobernabilidad, debe hacer cambios, debe enmendar los errores cargados de ideología que han provocado retrasos en apenas medio año de mandato y retomar el paso de la racionalidad económica que ha caracterizado al crecimiento del Perú. Sin ese crecimiento, sin esa inyección de capitales y de inversión privada, no hay seguridad de que los pocos logros del 2020 se repitan y de que otros éxitos se produzcan. Por supuesto, el Congreso, también debe contribuir a este necesario relanzamiento político y no petardear los débiles cimientos de la institucionalidad.