Hasta el cierre de nuestra edición impresa, la incertidumbre reinaba en todo el país: Pedro Castillo no se animaba a poner un nuevo premier y las voces pidiendo su renuncia al máximo cargo nacional crecían. Es una corriente de opinión generalizada que el mandatario debe renunciar para no seguir deteriorando la institucionalidad, ¿pero qué pasa con el Congreso, cuyo nivel de desaprobación alcanza el 77%, de acuerdo con la última encuesta de fin de enero del IEP?
Está cada vez más claro que la renovación en los espacios de poder es urgente, que no cabe una salida de Castillo si el Legislativo, mal visto y carente de autoridad moral para decidir y controlar los destinos del país, permanece intacto. El grito “que se vayan todos” resuena nuevamente y esta vez, reconozcámoslo, con mayor justicia. Dando evidencias de que no hemos madurado políticamente, el Congreso ha tenido una conducta indefinida, la cuestión de la vacancia ha corrido por cuenta de un sector y la altura moral no ha sido su característica principal -recordemos que Valer, el cuestionadísimo premier, salió de las filas de la oposición más dura-. Ni el Ejecutivo ni el Legislativo han tenido verdadera vocación de servicio, pues su agenda se vio reducida al enfrentamiento, a la necesidad de desacreditarse frente a la ciudadanía. El debate se centró en la repetición de eslóganes -”reaccionarios” y “comunistas”- y, en consecuencia, no había la menor posibilidad de entendimiento político.
Es necesario sanear la política nacional, pasar de esta falla institucional a una convivencia sana que es la base y, a la vez, la finalidad de las instituciones. Decir que el problema se reduce a los últimos 20 años de postfujimorismo sería miope: esta fragilidad de lo público nace con la república, pero cada cinco años tenemos la oportunidad de recomenzar y fortalecer el Estado, la ley y la sociedad. Sin respeto a las grandes ideas marco de la sociedad, no habrá viabilidad incluso si ingresara a la presidencia una persona que cuente con el aval y que responda a las expectativas ideológicas o intereses de los grandes grupos de poder. Para tener democracia real necesitamos equilibrio entre todos los componentes. Lastimosamente, el presidente Castillo ya no tiene más de dónde sacar políticos honestos, y el Congreso ha gastado su escasa moral en una lucha fratricida.