Para algunos analistas, la visita de Dina Boluarte a Puno carece de sentido porque nadie la va a recibir, nadie dará la cara como interlocutor válido y, por supuesto, nadie querrá aparecer como presunto responsable de los desmanes, las muertes y el caos que se han apoderado del altiplano.
A pesar de ello, este diario insistía en agotar la vía de la negociación y el diálogo. En una democracia es vital que las instituciones sepan convocar y guiar la solución de problemas a través del intercambio inteligente, razonado y frío de pareceres. Si no tenemos eso, si a ello se anteponen balas, lamentos, órdenes, muerte, no hay democracia y ninguno de los bandos en conflicto puede arrogársela.
¿Nuestro gobierno ha antepuesto la democracia por sobre otras formas de resolución de conflictos quizás más rápido, pero inevitablemente manchadas de sangre? Esto es bastante discutible. Habrá quienes digan que sí, que Dina Boluarte ha pedido mil veces dialogar con algún líder o líderes de las manifestaciones, y que si sus gestiones han fallado se debe a la escasa transparencia con que actúan los revoltosos, delatando así su naturaleza culpable.
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Es posible que en estas circunstancias sea utópico preferir el diálogo. Con la cantidad de muertos y heridos, además del daño causado a las economías regionales, no debería hablarse de negociación en mesa, sino de pacificación, de incursión militar y de hacer caer el peso de la ley sobre los colectivos violentistas. Sin embargo, ¿no debería buscar la Dircote y la DINI a los escurridizos dirigentes de las marchas para llevarlos ante la justicia? Las soluciones militares puedes ser “eficaces”, pero en realidad solo dejan profundas heridas que, cuanto más hondas, son más difíciles de sanar.
Necesitamos medidas realistas; si el diálogo es imposible, no lo será la acción de inteligencia policial. La alternativa militar debe ser la última de todas las considerables en este momento. Si se recurre al extremismo desde el Estado, entonces el gobierno de Boluarte se perderá: la presidenta podría tener un destino incierto, y el país dejará de ser la perla de América del Sur para convertirse en una materia ígnea, inflamable, imposible de sostener sin quemarse.
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