Editorial: Nueva actitud para cambiar
Autor: Redacción El Tiempo
A penas salidos de las fiestas navideñas -que, aunque tan queridas en nuestro país, este año han sido afectadas por los malos humores que nos provoca la política, por la crispación de la inseguridad y la incertidumbre económica-. Tenemos delante de nosotros el reto de culminar el año con esperanza.
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Ciertamente, nuestro país es el escenario de los imposibles materializados en decisiones judiciales o congresales cada vez más absurdas, y de fe que a veces parece querer escaparse de nuestras manos y a la que nos aferramos hasta enterrarle las uñas porque, sabemos, la fe es un motor importante -quizás el único servible- cuando todo lo demás marcha, en escandalosa deriva, hacia el vacío.
Necesitamos rescatar al país inyectando esperanza allí donde reina la desconfianza y la falta de ánimos para seguir. Nuestra crisis, a pesar de la fuerza con que nos golpea, no es la peor que ha atravesado el Perú: guerras, terremotos, gobiernos hiperinflacionarios, terrorismo y un shock que sirvió para arreglar la casa pero que dejó destrozos en el camino son algunas de las ocasiones en que nos hemos enfrentado a la posibilidad de abandonarlo todo y nos hemos preguntado: ¿vale la pena ser peruano?
Y la respuesta es que sí. No se trata de Machu Picchu ni de las glorias pasadas o las guerras que sí ganamos; tampoco se trata del ceviche o del pisco, como si la gloria de una nación se limitara nada más que a lo que nos llena la barriga. Ni del fútbol ni de Luciana Fuster ganando un título de belleza en Tailandia.
Se trata de un hecho simple: vale la pena ser peruano porque el solo hecho de haber nacido en esta tierra bendita en potenciales nos obliga a cultivarla y hacerla millonaria, ya sea en términos figurados o concretos, y esta misión es una promesa que nos debemos a nosotros mismos.
Nadie puede darse el lujo de dejarse caer cuando tiene a la mano las posibilidades para generar riqueza y cuando tiene en su pecho, en su alma, la conciencia de su dignidad personal. Así también, habita dentro de nosotros el alma del país, la certeza de un destino que debe inspirarnos a sobrepasar cualquier valla, incluso si esta es la más difícil. ¡Sujetemos por el cuello al destino y hagámoslo caminar por donde queramos ir!
En una semana, ciertamente, no transformaremos el país, pero empecemos a cultivar una actitud nueva.