Muchos nos preguntamos cuándo pasamos de los “profesionales” que juraban que lavarse las manos con saliva protegía de la COVID, a un ministro de salud cuya especialidad es vender aguas milagrosas.
El país se está cayendo a pedazos y la culpa no es de los ciudadanos que apostaron por un proyecto que, a pesar de ofrecer más preguntas que respuestas, también parecía una opción de cambio: lo que ocurre es responsabilidad de aquellos que pervierten las expectativas políticas y las transforman en pretextos para el despotismo.
Haciendo un poco de memoria, debemos recordar que con posterioridad a la segunda vuelta, el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) hizo una encuesta para conocer el motivo del voto de los peruanos -era la época en que se decía que Castillo había llegado al poder únicamente por el antivoto de Keiko Fujimori-. La realidad fue así: el 51% afirmó haber elegido “un cambio” y el 25% votó porque el fujimorismo no vuelva al poder.
¿Acaso podríamos culpar a este último grupo de lo que ocurre en el país, acusarlos de hacer de la política un festival de odios, cuando hubo un enorme porcentaje que sabía que el país necesitaba pasar por una transformación radical? La historia siguiente no es la una mayoría de votantes echando el país al agua (¿arracimada?), sino la de las expectativas frustradas por funcionarios incompetentes y corruptos, y por un presidente que recién se está enterando de lo que es gobernar.
¿Este es el gabinete con que Castillo planea que su gestión no ser vacada y pretende recuperar la confianza de Perú?
De pronto nos encontramos con casos que merecen ser estudiados con más profundidad, como el del nuevo ministro de Agricultura, un maestro de escuela; el ministro de Justicia, un abogado que pone el lucro por encima de la ética, o el titular del Cultura que llamaba “negro loco y feo” -entre otras cosas mucho peores- a un comentarista de fútbol mediante tuits que hoy niega. Y podríamos seguir con la lista de personajes dudosos en un gabinete que pretende recuperar la estabilidad política y la gobernabilidad. Lo del “agua arracimada” es grave, pero recordemos que en el Perú la alianza entre los despropósitos, la pseudociencia y el extremismo es más común de lo que nos parece.