Las elecciones de este año vendrán con una oferta abultada de candidatos: de acuerdo con la información más reciente del Jurado Nacional de Elecciones, solo en Piura tienen opción a competir más de veinte organizaciones políticas. Se estima que todas ellas presentarán postulantes a los sillones municipales y regional.
Es innegable que la política nacional está atomizada, que la mayor “variedad” de opciones no representa una competencia de calidades, sino un mero aprovechamiento de ventajas y una exhibición obscena de derroche, cada vez más escandalosa cuanto más profunda es la crisis económica que atravesamos: es probable que aquellas candidaturas ganadoras sean las que más bandas contraten, las que más llaveros regalen, las que más plata inviertan en portátiles, etc.
Porque el pueblo peruano todavía es así, y del mismo modo que todavía no concibe la diversión sin bulla, tampoco concibe una elección sin la pirotecnia del dinero y la estridencia de la irracionalidad que, en estos casos, lamentablemente, se superponen a las propuestas, a los programas, a las ideas y a las lealtades ideológicas.
¿Podemos trabajar para cambiar esto? Podemos, pero el tiempo es corto y hay demasiadas urgencias en la mente de la ciudadanía. La supervivencia física y económica es una de las preocupaciones que no dejan tiempo para soñar cómo arreglar el país de la mano de un liderazgo moralmente sólido y de pasado incuestionable, una candidatura que reúna aquellas virtudes que necesitamos ver y replicar.
¿Quién puede ayudar a elevar la conciencia política de un pueblo que lucha por pagar sus deudas y alimentarse mientras la pandemia multiplica sus horribles rostros y amenaza con cerrar uno por uno los espacios de convivencia colectiva? Es evidente que tamaña responsabilidad debió ser asumida por los partidos políticos, por los movimientos regionales, por las células barriales, etc.
La política, malentendida como un razonado programa para delinquir sin culpa y para evadir la mano de la justicia, o simplemente para trabajar por otros motivos soterrados e innobles, sufre hoy del desprestigio provocado por partidos y militantes que han cambiado sus banderas por intereses. En las próximas elecciones del 2022 arriesguémonos a cambiar esta realidad poco prometedora por un verdadero intento de reconstrucción nacional.