Las raíces del conflicto entre Ucrania y Rusia son mucho más antiguas de lo que se piensa y, definitivamente, no se remontan solo al fallido acuerdo de Minsk de 2015 o a las pretensiones rusas sobre los recursos ucranianos, o a la volátil política exterior rutena que condujo al conflicto entre ciudadanos prorrusos y proucranianos dentro de un mismo territorio.
El secuestro de la identidad ucraniana se remonta al siglo XIV de la Era Común; aunque ya en el año 882 era conocido el rus de Kiev, no es sino hasta el año 1349 cuando el Reino de Russia (nombre oficial de Ucrania en esa época) se incorpora a la Mancomunidad Lituana. Hasta entonces era común referirse a la tierra de Trotsky con el nombre latino de Regnum Russiae, que en las lenguas romances -como el español- se convirtió en Ruthenia. Es en dicha época que el zarato de Moscú reivindicó para sí el nombre de Rusia, haciendo que la denominación latina y romance cayera en desuso y al país despojado no le quedara más que llamarse Ukraína que quiere decir “frontera”.
En los siglos siguientes ha sido innegable el ascendiente político y cultura que Rusia -es decir, Moscú- ejerció sobre Finlandia, Lituania, Bielorrusia y, por supuesto, Ucrania, lo cual no impidió que esta última desarrollara una lengua propia, una literatura y una identidad diferente que muchas veces intentó sacudirse de la tiranía del Kremlin: recordemos a los cosacos zapórogos, salvajes y alegres jinetes que enfrentaron por igual a rusos, polacos, lituanos y otomanos, y solo pudieron ser derrotados mediante el genocidio y la dispersión.
Lo que vemos hoy es una suma de acontecimientos. Los hechos recientes se remontan a las tres décadas de independencia ucraniana de la Unión Soviética, algo que Moscú nunca admitió por considerar a Kiev parte de su territorio e identidad. Putin esgrime como justificación a su intervención militar la existencia de cuerpos armados nazis que atacan a la población rusa de Donetsk y Lugartsk, mientras que el Estado ruteno y la Unión Europea reclaman a Rusia la devolución de Crimea. Putin añade que la OTAN pretende instalar misiles en la frontera rusa y que solo asegura su propia libertad. La cancillería peruana ha emitido un tibio comunicado en el que pide el cese del conflicto sin mencionar a Rusia como fuerza beligerante. Es obvio el direccionamiento de nuestra diplomacia.