Los resultados electorales en Chile son una gran lección para la derecha no solo del país mapuche, sino para todas las derechas del continente: el crecimiento y las cifras macroeconómicas no son suficientes por sí mismas para garantizar la paz social.
Dicho de otro modo, es necesario que el crecimiento y el desarrollo de la gran empresa estén ligados a la satisfacción de las necesidades elementales de la ciudadanía.
Hasta ahora se creía que erradicar la pobreza era lo mismo que cumplir con las condiciones del índice de desarrollo humano: tener un establecimiento médico en las cercanías -como si en el Perú todos los establecimientos del nivel primario tuvieran médico permanentemente-, contar con un ingreso mínimo de 100 dólares para no ser considerado pobre extremo -como si 400 soles en el país bastaran para tener una vida decorosa- y disfrutar de acceso teórico a servicios -donde el silo es sinónimo de dignidad-.
Básicamente, se trata de un promedio que no alerta oportunamente a los gobiernos y a los administradores de la riqueza sobre lo que sucede más allá de las ciudades o incluso dentro de las urbes, en los suburbios que la estadística obvia. La comprensión de la riqueza/pobreza demanda un análisis mucho más profundo y honesto. Lo que hasta ahora hemos visto, en casi cincuenta años de aplicación de reformas liberales en América Latina, es que un sector creció, pero no supo (o no quiso) repartir su éxito.
La llegada de Boric, la de Castillo y de otros tantos líderes de la izquierda regional al poder no ha sido fruto de un capricho electoral o de un complot internacional -aunque ciertas corporaciones políticas en Sudamérica, como el Foro de Sâo Paulo, intenten aprovechar la marea roja-, sino una consecuencia de la falta de autocrítica de la derecha y del centro político, de la carencia de una visión más inclusiva de la sociedad, haciendo que la crisis de desplazamiento termine por explotar en plena pandemia y en plena decadencia económica.
¿Qué queda a las derechas y centro regionales? Además de ser autocríticos, deben ser dialogantes.
La izquierda cosecha favoritismo en situaciones de conflicto, y es necesario no justificar tales afanes protagonistas. La derecha precisa de una modernización que le permita competir con el progresismo en el campo de los derechos humanos.