El principal reto que ha de enfrentar el nuevo ministro de Educación, Rosendo Serna Román, es sobrevivir a las presiones de la Fenatep, un sindicato de controvertidos orígenes y de cuestionables posturas, que pelea más por sus intereses (muy) particulares y que desestima de su plataforma de lucha a la educación.

El principal escollo de los últimos regentes de la educación peruana ha sido el hostigamiento de los gremios docentes que emplean su prestigio y su poder adquirido en décadas para paralizar todo intento de modernizar la educación peruana.

Solamente fijémonos en la actitud de los sindicatos frente al examen de nombramiento docente: su política ha sido obstruccionista en el caso de la Fenatep, el gremio auspiciado por el Gobierno, y tibia -tirando para fría- en el caso del histórico Sutep. El ministro anterior, Carlos Gallardo, prefirió comprometer su cargo y entregarse a los intereses del sindicato oficialista a pesar de que esto significaba otro retroceso en materia de consolidación de la meritocracia. Uno de los caballitos de batalla de toda contienda electoral es el rescate de la calidad educativa; la consigna de todo Gobierno, sin embargo, parece ser lo contrario: no ha habido gestión que ante las necesidades del sector, ya sea de los docentes o de los alumnos, haya preferido beneficiar a la corrupción y a las mafias estatales antes que al tantas veces invocado “futuro del país”.

Ahora detenta el cargo un maestro cuyos antecedentes inmediatos lo señalan como un profesional interesado en impulsar el retorno al dictado presencial de clases. ¿El presidente Castillo respaldará a quien parece ser un profesional independiente, o, como ha ocurrido con el Minedu y otras carteras, permitirá que sectores interesados intervengan en la confección de las políticas públicas? Esperemos que esta vez no sea así.

Pedro Castillo, como lo han indicado diversas figuras políticas consultadas por El Tiempo, llegó al poder porque, además de las especiales circunstancias que rodearon a los comicios, existía una esperanza en los pueblos más olvidados. No obstante, esta esperanza de las mayorías no ha sido correspondida, por lo que una buena gestión en el sector educativo bastaría como legado político suficiente.