A propósito de la reciente juramentación de Gabriel Boric como presidente chileno y la presentación de Pedro Castillo hoy en el Congreso, han sido inevitables las comparaciones entre el recién juramentado mandatario chileno y el peruano, basadas en el supuesto de que ambos son representantes de la izquierda latinoamericana.
No obstante este rótulo que los hermana, Boric y Castillo -así como los movimientos políticos que los sostienen- conciben de modo muy diferente lo que quiere decir ser “de izquierda” o ser “progresista”.
Es claro que el chileno ha logrado su triunfo aglutinando a un importante sector de la sociedad que reclamaba cambios que condujeran a su inclusión: así, Boric ha quebrado el discurso tradicional de la izquierda -las antinomias maniqueas de “ricos vs. pobres”, de “burgueses contra proletarios”- hablando también de las minorías sociales, de los neurodivergentes, de aquellos que reclaman cuotas de participación y no limosnas estatales. Diferente ha sido el caso peruano, pues Castillo, además de repetir infinitas veces el mantra “pueblo”, no ha salido de ese reduccionismo político que lo lleva a la confrontación con sectores con las cuales podría trabajar de manera coordinada no solo asegurando la sostenibilidad de sus políticas sociales -si estas, además, fueran claras-, sino conjurando ese peligro siempre invocado del “golpismo”.
¿Es la izquierda de Castillo, la de Perú Libre, la de Cerrón, capaz de conducir al país hacia una transformación modernizadora? Es evidente que no; lo suyo es seguir medrando en el conflicto y los factores irreconciliables en vez de apostar por la unidad del país bajo un nuevo modelo de desarrollo.
Ni siquiera cree en los derechos de la mujer y otros colectivos, ni intuye la gravedad del problema de la violencia de género -así lo demuestra la elección de personajes tremendamente cuestionables en sus cuatro gabinetes-. A Boric, por el momento, solo se le puede juzgar por su discurso, pero su sola condena a las dictaduras venezolana y cubana, y su voluntad de posicionarse junto a las democracias en el tablero de las relaciones internacionales, lo distancian de esa política zurda de bandera desteñida que muchos insisten en vendernos como la única alternativa a las naturales limitaciones del modelo neoliberal.
Así estamos los peruanos, con un presidente incapaz de ver más allá de las opciones A o B.