La aparente imposibilidad de resolver la crisis encargándole esta tarea a los políticos, empuja a la ciudadanía a buscar una solución fuera de los muros del parlamento, de Palacio y los canales que los conservadores encontrarían más idóneos.
Incluso los observadores más moderados opinan que la ciudadanía, como base soberana del país, tiene la última palabra en este tema y su acción colectiva podría poner fin al mediocre gobierno de Pedro Castillo, así como a la desgastada y envilecida gestión congresal.
Hace buen tiempo, desde el proceso de la primera moción de vacancia, es notoria la poca vocación del Congreso por querer reinstalar el equilibrio de fuerzas como parte integral y fundamental del debate político.
Por el contrario, el Legislativo ha construido una falsa percepción de divergencia y conflicto -totalmente válidos y necesarios en una democracia- para ocultar que hay un núcleo duro, constituido principalmente por Acción Popular y la banda de los “niños”, que ha arrastrado a otras bancadas a tomar una posición cómplice.
En este punto muchos podrían pensar que el diálogo y el acercamiento también son útiles para la gobernabilidad, ¿pero era saludable andarse con hipocresías para evitar que la casa tiemble? A ese núcleo de políticos denunciados por la prensa no le importaba ni la gobernabilidad ni la estabilidad monetaria ni el renacimiento económico post pandemia ni nada que no fuera sus privilegios, privilegios cuyos alcances deben ser determinados por la justicia. Otros congresistas, mascando el mismo argumento de la convivencia pacífica, han optado por el camino de la perversión institucional mientras Castillo y sus ministros, actuando todos bajo la sombra de Cerrón, ajustaban las tuercas de su monstruo ideológico, la Asamblea Constituyente, cuyos motivos y fines hasta hoy no han podido justificar.
Ni el presente Ejecutivo ni el actual Congreso son merecedores de arrogarse la representación nacional. La historia reciente de nuestro país nos enseña que es el pueblo -el verdadero pueblo, no esa invención engañosa y ponzoñosa de Perú Libre- es capaz de tomar las riendas de su destino y reencauzar la política. Lo hizo en el 2000, lo hizo en el 2020 y lo puede hacer ahora, antes de que la estructura institucional termine por desgastarse, romperse, y caigamos en el vacío.