Definitivamente, otorongo no come otorongo. Fueron 93 los votos que salvaron de la censura al presidente del Congreso de la República, Manuel Merino de Lama, un acto que pinta de cuerpo entero a la representación nacional al ponerse al lado de un golpista de mediocres aptitudes. Los diez votos a favor de castigarlo, lamentablemente, no alcanzan para salvar la dignidad del primer poder del Estado.

Los últimos acontecimientos políticos han sido decepcionantes para la ciudadanía: tenemos, por un lado, un presidente de la República que miente, que se deja grabar, que tiene un entorno de confianza bastante débil, y que aún podría enfrentar un pedido de vacancia aunque ello cueste la estabilidad del país; y tenemos a un titular del Congreso que conspira de la manera más torpe -llamadas hechas públicas, posteriores aclaraciones que oscurecen, etc.- y que es salvado por quienes estarían interesados en que el status quo de la corrupción congresal se mantenga incólume.

Nuevamente, el país está a merced del menos malo. La única diferencia entre Vizcarra y Merino de Lama es que la ausencia del primero provocaría un serio retroceso en la lucha contra la pandemia y en la reactivación económica -claramente, Vizcarra, a pesar de sus errores, ha sido un dique frente al populismo congresal-. La censura de Merino solo confirmaría la hipótesis de que el Legislativo es un estorbo extirpable. El ciudadano no puede escoger; si desea vivir en democracia, debe aprender a sobrellevar estas crisis y aprender de ellas, mejorar su calidad de voto, empoderarse y pedir orden, transparencia y eficacia administrativa.

Los congresistas hacedores de catástrofes no miran más allá de sus intereses y no han advertido que con su actitud están tocando las puertas de los cuarteles. La democracia no es perfecta; es humana, es perfectible, es un ejercicio y adiestramiento continuo. Sin embargo, cuando el voto es desinformado, cuando la ciudadanía se niega a ver la realidad y los poderes se pervierten, el sistema colapsa y aparecen aventureros enarbolando utopías o, lo que es mucho peor, los militares condenando al país al retroceso institucional. Lo que ocurre es cosa seria. Un cambio en la presidencia congresal habría sido saludable para reencaminar las cosas.