La impopularidad del Congreso ha condicionado nuestras reacciones cuando hablamos de la posibilidad de reformarlo. Pensamos que, como estructura política, es una carcasa inútil, un cascarón inservible. La suma de todos los males políticos de nuestro tiempo, un calificativo que comparte con el Ejecutivo, para ser justos.
Sin embargo, tarde o temprano tenemos que enfrentarnos a este tema: ¿es posible y, sobre todo, positivo, que pasemos a la bicameralidad? Nuestro sistema político ha conocido, incluso, la tricameralidad en el siglo XIX, pero la propaganda antipartidos de los noventa también dirigió sus baterías contra el “exceso” de congresistas y la nueva Constitución, la de 1993, nos trajo la unicameralidad. ¿Qué beneficios nos ha traído este modelo? En principio, fue útil para las conveniencias políticas de la época: menos parlamentarios, menos tramitología, leyes express, reducción del tiempo de debate, mayor posibilidad de lograr consensos, etc. La calidad de las normas, sin embargo, no ha sido el punto fuerte de nuestra unicameralidad y al día presente nuestros legisladores siguen produciendo normas que duran 24 horas o hasta que el Tribunal Constitucional interviene. Vergonzoso.
El sistema unicameral en sí mismo no es malo -recordemos que Finlandia, campeón educativo, y Suecia, fantasía de la social democracia, solo cuentan con una cámara representativa-, pero en el Perú, un país impaciente que necesita ser educado en virtudes democráticas y republicanas, sí es necesaria una segunda instancia que debata, desde lo doctrinario hasta lo práctico, la calidad de los proyectos de ley. Cautelar la trascendencia de las leyes, advertir sus posibles interpretaciones y, sobre todo, su impacto sobre la generalidad política debería ser labor de un senado.
¿Que el Congreso actual ya es bastante caro? Lo es por el exceso de asesores, de trabajadores fantasmas y otras trampas que algunos mal llamados “padres de la patria” aplican en beneficio propio. También ello es responsabilidad de la ciudadanía que elige desde la emoción, desde las entrañas, y no pensando en la idoneidad y sapiencia del futuro legislador. Pero eso podría remediarse con una ley que decrete la austeridad en el Parlamento. La bicameralidad sería una fórmula interesante para nuestro país.