Para muchos ciudadanos, opinólogos y abogados, sería bueno que el presidente de la República, Martín Vizcarra, acuda hoy al Congreso y hable de lo que todos comentan sin conocer los detalles de fondo.

Sería bueno, por ello mismo, que el mandatario absuelva dudas, diga la verdad y salve la gobernabilidad frente a un Congreso sin vocación democrática.

De esta manera, no solo los peruanos podremos saber qué es lo que ocurre en el cuarto oscuro de la política nacional, sino que saldremos de esta retahíla de chismes en que se ha convertido el quehacer político. También sabríamos el alcance de las acciones de personajes como Richard Cisneros, que en unas semanas han causado revuelo y puesto cabeza abajo nuestra política, al punto de confundirla con la farándula y similares frivolidades.

Sería bueno que el Congreso también se muestre a la altura de sus funciones y que no se repitan tontudichos como los de Urresti, torpezas verbales como las de Merino de Lama, exabruptos de oclócratas al estilo de Cecilia García. Que el hemiciclo sea un lugar de escucha mutua y debate, pero no un circo. Los tribunos del pueblo no pueden ser similares a bestias de circo; su investidura política debería impedirles, casi instintivamente, cualquier conducta deshonrosa. Esperemos que hoy tengamos una verdadera vuelta de página para que la economía, la salud y la política real sean los temas que ocupen la agenda.

Más allá de lo que ocurra mañana, sin embargo, tenemos una enorme tarea ciudadana por delante. Tenemos que salvar nuestras instituciones. Nuestra democracia podrá ser aún torpe, asustadiza o, incluso, ingenua para soportar los embates de la corrupción, de las conspiraciones, los apetitos insanos de poder, etc., pero es nuestro rol el de defensores de ese espacio que nos humaniza y
nos vuelve personas. Somos animales políticos, somos
seres hechos para la convivencia y la superación del conflicto. Las elecciones se acercan y es necesario que par  entonces tengamos una mejor aptitud para votar, para elegir, para entregar nuestra voz al futuro gobernante y futuros congresistas. Que la decepción nos alcance, pero no nos coma vivos; que la indignación nos haga hervir la cabeza, pero que no evapore nuestras ideas de vivir en el menos malo de los sistemas políticos que la humanidad ha ideado.