El caso del policía Elvis Miranda, en prisión preventiva por disparar a un sospechoso, revivió un problema reiterativo que cada vez se torna más peligroso: la falta de respeto a la autoridad y la ley. No es la primera vez que violentas turbas apedrean comisarías y atacan a los policías imposibilitados para defender la institución, incluso, su integridad física por temor a ser denunciados por abuso y porque no pueden echar mano de las herramientas que les ha dado el Estado para imponer orden.
Es una realidad que la violencia y la delincuencia han ido mutando en los últimos años. Los malandrines se han hecho más osados e irreverentes; ya no huyen fácilmente y se enfrentan a balazos con los policías. La población, en lugar de ponerse de parte de la ley, sale en defensa y rescata a golpes a los delincuentes capturados.
Se estima que la pérdida de autoridad se debe a los escándalos de corrupción al interior de la institución, al abuso de autoridad y a la infiltración de sujetos que, en vez de policías, se comportan como un delincuente más. El diagnóstico es claro y por allí habrá que fortalecer la institución para recuperar la autoridad y el respeto que debe inspirar un policía.