La política económica boliviana propuesta como la receta mágica por diversos políticos de izquierda y que Pedro Castillo intentó implantar en el Perú como hoja de ruta, empieza a desmoronarse.
Así como lo lee, el “milagro económico de Bolivia” recomendado por el señor Evo Morales y Vladimir Cerrón al expresidente Castillo, empieza a resquebrajarse.
El Banco Central de ese país sufre una gran escasez de dólares agravada por la repentina demanda de la población, que hace largas filas para comprar divisas.
Este movimiento inusual se da tras conocerse los recientes reportes sobre el nivel de las Reservas Internacionales Netas (RIN), que a principios de febrero estaban alrededor de los 3.800 millones de dólares, uno de los niveles más bajos desde 2014, cuando llegaron a un pico de 15.122 millones. ¿Que ha pasado?
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Para el exministro de Hacienda de Bolivia, Luis Carlos Jemio, si bien se pensaba que el modelo de su país era visto como ejemplo por haber logrado altas tasas de crecimiento, estabilidad macroeconómica y baja inflación, estabilidad cambiaria y reducción de la pobreza; al caer los precios de las materias primas, cayeron también los ingresos fiscales. Fue entonces que el Gobierno en lugar de hacer ajustes en materia fiscal decidió mantener el gasto para no mostrar tasas negativas de crecimiento, así propició un creciente déficit fiscal desde el 2015, lo que derivó en una drástica reducción de las reservas internacionales. Por ello, ahora la gente necesita dólares y los bancos no los tienen.
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En opinión del exministro Luis Miguel Castilla, el modelo boliviano resultó totalmente insostenible y aunque generó una sensación de bienestar momentánea ahora tendrá que sincerarse. La razón del colapso -explica- es que la base de ese modelo era el estatismo a ultranza financiado por la renta generada por la venta de gas natural a Brasil y Argentina.
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Este caso confirma una vez más que el estatismo y la demonización de la actividad privada no son la forma de generar progreso. No hay caso en el mundo en que estas políticas no hayan reventado en la cara de sus proponentes. Y al final “el pueblo” -la palabra que tanto le gustaba a Castillo y Aníbal Torres-, acaba pagando las consecuencias.
